sábado, 7 de enero de 2017

El destino...





Siempre me burlé de la ignorancia de quienes creían en el destino y sonreía con cierta pena ante los afanes de mi abuela por enseñarme el arte de leer las cartas... cuando yo tenía 10 años.

Durante décadas preferí la ciencia y me apasioné por la neurofisiología y la biología, tratando de entender la mente humana... después estudié psicología y más tarde letras...

Me convertí en una mujer adulta y me enfrenté al laberinto de no saber qué hacer, por dónde ir y darse cuenta de que se ha perdido el rumbo y ya no se reconoce el propio destino...

Llegaron a mi vida diversas oportunidades de aprender aquellas prácticas que, durante toda mi existencia, me dediqué a descalificar y a rechazar por ignorancia: el yoga, las flores de Bach, el Tarot aparecieron en mi vida y... realmente cambiaron mi percepción acerca de la realidad y de todas esas tradiciones ancestrales que han prevalecido a pesar de los siglos y la modernidad.

No quiero decir que sean el único camino, pero si me parece que son herramientas que a algunos nos han servido para recuperar esa espiritualidad que nos devuelve la certeza de que la magia existe y que depende de nosotros: lo que pensamos, lo que sentimos, lo que hacemos y lo que nos mueve son fuerzas poderosas que definen nuestro lugar en el mundo y la dirección de nuestros pasos.

Ahora... ya muy cerca de la tercera edad y de llegar a cumplir los años de mi abuela ... me descubro a mi misma tratando de encontrar con quien compartir estos conocimientos, aprendizajes y certezas que, sin duda alguna, han sido fundamentales para alcanzar los pequeños logros que me han llevado en una travesía que se acerca muchísimo al destino que siempre soñé y que, gracias a estas prácticas, veo cumplido.

Así que con esa convicción...  suelto al aire mis palabras al viento,  a través de todos los medios, con el único afán de compartir la certeza de que somos realmente arquitectos de nuestros destinos y que dentro de nosotros hay una lámpara maravillosa que se activa con la imaginación porque...


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